12/12/08

Capítulo 5. Forastero

Llevaba varias horas caminando por el Yermo, esperandome encontrar con alguna aldea que pudiera prestarme cobijo, agua y comida. Durante el camino, me atacaron algunos perros salvajes y una que otra mosca gigante bastante cojonera. No supuso mucho esfuerzo librarme de esas alimañas, aunque la munición de mi revolver ya empezaba a escasear.
Cuando el sol empezaba a alejarse por el horizonte, me detuve en una roca en el camino, junto a un neumático extraviado. Me desaté la bolsa de la cintura y la coloqué en el hueco de la rueda, no sin antes comprobar si hubiera algun alambre suelto que pudiera rasgar la bolsa y desperdigar todas las latas. De la bolsa, saqué una de las latas de judias con carne, la puse a mi lado aún sin abrir. Sin alejarme mucho del lugar, busqué algo con lo que poder hacer fuego. Por suerte, no fui lejos de allí, había un par de matojos secos. Los arranque todos practicamente de raíz, y con el ramillete de yesca, aparte la bolsa del neumático, colocandola detras de la roca, y puse las ramitas secas en el hueco de aquél neumático. Saqué el encendedor de mi bolsillo, prendí una de las ramas, y la eché encima, soplando con cuidado para que el fuego se extendiera. Una vez ya tenía una buena hoguera, abrí la lata sin desprender la solapa, y la puse muy cerca de las llamas, para evitar que mi comida cayera dentro de la hoguera. Le iba dando vueltas a la lata, para que así se fuese calentando. Cuando la comida enlatada estuvo lista, la separé del fuego, y dejé reposar encima de una de las rocas en las que estaba sentado. Como no tenía ningun cubierto con el que poder comermelo, una vez estuvo la lata algo templada, la agarré y con la boca abierta, la iba volcando hasta haberme comido hasta la última judia, apurando con el dedo los trozos de carne en salsa que quedaban pegados al reborde de la lata. Una vez repuse mis fuerzas, me calenté las manos sobre la hoguera y finalmente ahogué el fuego echando por encima una de las rocas del lugar. El olor a comida, atrajo a otro invitado indeseado. Una especie de rata enorme, practicamente sin pelo, apareció en lo alto de la colina. No estaba seguro si ese animal era hostil o no, así que desenfundé mi arma y sin dejar de apuntarle, esperé a que el animal estuviese más cerca, o se alejase del lugar. Se detuvo a lo lejos olisqueando, como si estuviese buscando el origen de aquél olor que le atrajo hasta donde yo estaba. Casi instantáneamente, se lanzó corriendo hacia mí, atraido nuevamente por el olor a comida, o simplemente al olor de mi carne. Hize un primer disparo, que desafortunadamente no acertó al animal. Esperé a que el animal estuviera más cerca, hasta una distancia en la que pudiera acertarle mejor, ya que yo no era precisamente un tirador profesional. Me mantuve agachado, alineando la mira de hierro del arma, hacia la cabeza de aquella rata enorme, y justo cuando estaba a unos 5 metros de mí, disparé otra vez, con la fortuna de que la bala acertó de pleno en el ojo, atravesandole la cabeza. El animal cayó desplomado al suelo, dejando un pequeño charco de sangre. No sabía muy bien lo que me pasó mas adelante por la cabeza. Me acerque al animal muerto, y con mi cuchillo, empezé a despiezarlo y guardando sus trozos junto a las latas de conservas. No sabía que sabor tendría la carne de rata mutante, pero creo que en estos tiempos que corrían, era mejor alimentarse de cualquier cosa comestible.
Enterré lo que quedó del animal, queriendo ocultar cualquier rastro que pudiera atraer a otras criaturas del Yermo, que me pudieran complicar aún más el viaje. Cogí todas mis cosas y me encaminé nuevamente al norte. Desde lo alto de la colina, pude ver lo que parecía ser un pueblo, o al menos, lo que quedaba de el. Entre uno de los pocos arboles que se alzaban por el lugar, me aposté con el rifle de francotirador, usando la mira telescópica para observar desde la distancia si hubiese alguien por allí. Por fortuna, aún había gente en aquél lugar. Quise acercarme más para poder observar mejor, buscando siempre el lugar más alto y seguro. Volví a mirar a través de la mirilla, observando a los pocos habitantes que paseaban por las calles de aquél pueblo. No pensaba que fueran hostiles, y creía que era una buena ocasión para hablar con alguien civilizado. Sin perder más tiempo, me colgué el rifle al hombro, y bajé corriendo la colina hasta llegar a lo que parecía ser la entrada de un viejo metro. Allí había sentado sobre una silla alguién que parecía estar montando guardía. Llevaba un uniforme de antidisturbios bastante estropeado, y empuñando una ametralladora ligera, de esas que usaban las unidades especiales de asalto americanas. Al verme, se levantó de su asiento, y sin soltar su arma, se acercó hacia mí. Era una persona muy joven, creo que incluso más que yo.

- Bienvenido a Grayditch. ¿Qué le trae por aquí? - Me dijo muy amablemente el guardia.

Se me hacía extraño que alguien fuera educado conmigo, ya que ultimamente todos con los que me he encontrado querian matarme. Después de entablar una pequeña conversación, sobre mi viaje y mis intenciones de buscar un lugar donde vivir, aquél joven me invitó a entrar al pueblo, y presentarme ante el alcalde. Creo que por fín había encontrado un lugar donde no se me discriminaba de ninguna forma, en estos oscuros tiempos de guerra.

Fín cap.5

9/12/08

Capítulo 4. Morador del Yermo

Salían los primeros rayos de sol a través de las ruinosas ventanas de mi vieja habitación cuando acababa de despertarme. Tardé en recordar lo sucedido de anoche, aún agotado de la pequeña aventura en la que casi pierdo la vida. Aún temblaba al recordar la tremenda explosión que sacudió aquél viejo puente, y mandó a los saqueadores por los aires.
Sin más demora, me calzé unas botas, me puse algo de abrigo para no morir en el frío Yermo,  cogí un cuchillo de la cocina, la pistola que le robé a áquel desgraciado, y algo de comida enlatada que había desperdigada por la casa y los rellanos de las escaleras. Metí todas las que pude entre algunos bolsillos de la chaqueta, y en una pequeña saca de tela que me colgué a la cintura. Era algo incómodo llevarla ahí, sobre todo al correr, pero prefería tener las manos libres por si tenía que defenderme. Una vez fuera de Arlington, comenzé a acelerar el paso, antes de ser detectado por alguna alimaña mutada del lugar, y llegar cuanto antes a algún lugar donde poder esconderme y descansar antes del próximo tramo.
No hubo ningún problema hasta que llegué a un gran camión volcado atravesado en lo que quedaba de la carretera principal de D.C.. Mientras me acercaba al vehículo siniestrado, desenfundé el revólver, antento a cualquier movimiento proveniente del camión. Llegué hasta la cabina, observando con precaución entre los cristales rotos por si alguien también estuviera apuntandome desde dentro. Parecía no haber nadíe, así que guardé mi arma y entre a la cabina por la ventana, rompiendo con la bota los restos del parabrisas. Ya estaba dentro del camión cuando sin mediar palabra algo me golpeó fuertemente en la nuca, tirandome contra el suelo, sin poder ver a mi agresor.

- ¿Qué quieres de mí, monstruo? - dijo una voz ronca, en un tono bastante agresivo.

Me llevé las manos a la cabeza, protegiendome por si aquél tipo le daba por volverme a golpear.

- ¡No soy un monstruo! Antes era tan humano como tú. - le contesté estando aún agachado en el suelo.

- Mirate. - dijo. - Ya hace mucho que dejastes de ser como el resto de nosotros. Ahora eres un monstruo. -

No sabía que decirle, pues sabía que en parte era verdad. En apariencia dejé de serlo, y me sería dificil encontrar a un humano que me aceptara tal y como era encontes.

- Ahora solo eres un bicho mutante chamuscado. ¡Levanta! - gritó al tiempo que me daba una patada en la espalda y me lanzaba contra el fondo de la cabina. - Si te portas bien y te quedas quietecito puede que te deje vivir, aunque a cambió te llevaré a los negreros. Suena bien, ¿verdad?. - carcajeó el lunático regodeandose de su ventaja hacia mí.

Lo primero que pensé cuando me dijo aquello, era que si no salía de esta, o me convertía en esclavo, o moría a manos de aquél maldito psicópata. Me mantuve quieto y en silencio durante algunos segundos, esperando el momento justo en el que bajara la guardia. 

- ¿No dices nada?. ¿Se te ha comido la lengua el gato o qué? - dijo el tiempo que me daba pequeños golpes en la espalda con su pequeña arma.

Permaneciendo inmóvil, e ignorando al agresor, metí la mano en el bolsillo donde tenía guardada la pistola y muy despacio fuí levantando el seguro, evitando en todo lo posible que sonara el chasquido del arma.

- ¿No me has oido? ¡He dicho que te levantes! - gritó levantando nuevamente su arma contra mí para volver atizarme.

En apenas un segundo, conseguí desenvainar el arma de mi bolsillo. Me giré bruscamente y apunté mi arma hacía él, esperando acertar en el primer disparo. Apreté el gatillo, y un estruendo congeló paulatinamente el tiempo. Me quedé mirando como aquél tipo caía desplomado justo delante de mí. Milagrosamente, había acertado en su frente, que le había provocado un orificio que le salía por encima de la nuca, derramando sangre a borbotones. Parecía ser un tipo bastante viejo, por varias canas que salpicaban su oscura cabellera manchada de sangre. Llevaba puesto una especie de mono azul vaquero. Lo que más llamaba la atención de la vestimenta, era un gran número "106" que ocupaba casi toda la espalda. Lo mas extraño era una especie de ordenador que llevaba alrededor del antebrazo derecho. Aún se mantuvo parpadeando unos segundos hasta que finalmente se apago. Parecía estar fuertemente soldado, para que el dueño no pudiera desprenderse del aparato, que parecía ser algún tipo de soporte vital.

- Ojalá tuviera tiempo de poder estudiarlo. - suspiraba viendo aquella maravilla de la tecnología, fuera del alcance de cualquier habitante modesto del país.

El arma que usó contra mí era un porra de policía, como las de los equipos de antidisturbios. Me acerqué al cadáver, y lo registré esperando encontrar algo de utilidad. Mire en todos sus bolsillos, y cuando le dí la vuelta lo ví. Era una pequeña llave de acero, que colgaba de una pequeña anilla de alambre, sujeta al pantalón. Cogí la llave de un tirón y me puse a pensar que puerta abriría con esa llave. Estuve dandole vueltas a la cabeza, y registrando toda la cabina en busca de alguna caja fuerte o algo que poder abrir con la llave. Allí no había nada mas interesante, solo unas cuantas revistas porno antiguas, y algo de comida y tabaco. No tardé mucho en darme cuenta de que aquél camión aún tenía enganchado su remolque. Salí de la cabina como pude y con la llave en mi mano me fuí hasta la parte de atrás del camión, donde efectivamente había 2 portones con una cerradura pequeña. Metí la llave y la giré, esperando que sirviera, y no estaba nada equivocado. Aquella cerradura giro completamente, soltando los seguros de las 2 puertas metálicas. Como el camión seguía volcado, solo pude abrir la puerta que mas pegaba al suelo, aunque tuve la suerte de que era la primera puerta necesaria para abrirse. Estaba totalmente oscuro, ya que aún con la puerta abierta apenas entraba nada de luz. Corriendo, me fuí para la cabina, esperando encontrar algún encendedor. Parecía ser mi día de suerte, pues en la guantera del camión junto a un cartón de tabaco, había un encendedor metálico al que aún le quedaba algo de gasolina. Me volví a la parte trasera del camión, encendí el encendedor, y el habitáculo se iluminó tanto como mis ojos. Había encontrado un pequeño arsenal escondido, con algunas cajas con munición y un gran rifle con mira telescópica. Pensé que aún habiendo recibido un buen golpe en la cabeza, también había sido un golpe de suerte haber encontrado todo aquello. Ahora me sentía algo mas seguro, aunque sabía que aquél hombre vestido de azul no iba a ser la única amenaza que me iba a encontrar a lo largo del día. Sin perder mas tiempo, saqué el rifle y algo de munición de aquél camión. Cogí un cinturón de cuero del cadáver e improvisé una correa para colgarme el pesado rifle a la espalda. Con la munición de las cajas, cargué completamente el arma, y usé varias cajas de tabaco vacias para guardar algo más de munición, imprescindible para el viaje. Ya nuevamente armado, me alejé del camión en dirección noroeste, en busca de mas tesoros o alguien más civilizado.

Fín cap.4

2/12/08

Capítulo 3. Superviviente

No paré de correr hasta que divisé un gran puente oxidado que conectaba hasta la ciudad de D.C.. Era uno de los puentes principales que conectaba la ciudad con el resto de la región, usado tanto para la gente que iba en coche como los que iban a pie. El paso del tiempo y la falta de mantenimiento por parte de mano de obra humana, había dejado aquél puente con un aspecto bastante ruinoso. Las vallas metálicas que dividían la carretera del paso de los viandantes estaban practicamente volcadas y esparcidas por los alrededores. Se notaba los desconchones y bastantes partes destrozadas, señal de los tiroteos y bombardeos que había sufrido.
Cuando le robé la pistola a aquél saqueador del rio, ni siquiera me pregunté cuantas balas le quedarían en el tambor. Por suerte, descubrí que aún le quedaban 5 balas. No tenía idea de armamentística, por lo que no supe determinar el calibre que usaba. Tampoco era necesario determinar con exactitud el arma que llevaba encima, dudaba encontrarme con cualquiera que no deseara matarme y que me proporcionase mas munición. Dudaba incluso en encontrarme con cualquier ciudad habitada por los supervivientes del holocausto nuclear, ya que los unicos humanos que me he encontrado desde la caida de las bombas han sufrido mutaciones o se han vuelto locos.
Al menos me sentía agusto en el abrigo de la noche, que me permitía permanecer oculto. Permanecí agachado, acercandome sigilosamente hasta el puente, por si hubiera mas de esos saqueadores merodeando la zona. Llegué por fín al puente, cuando de repente un estruendoso ruido de motor llegaba desde el fondo de la calle. Me escondí apresuradamente debajo del puente, sin dejar de observar aquella larga avenida, donde antaño la gente paseaba con sus hijos y amigos las tardes de sábado. De repente apareció la fuente de aquél ruido. Una especie de vehículo rodeado de polvo y humo de gasolina giró las esquina en dirección a donde encontraba. No lo pude distinguir bien, pero parecía un buggy de esos que compiten en carreras de cross. A la vez que se iba acercando, oía los gritos de los pirados que iban en él.
- ¡Saqueadores! - pensé nada mas verlos. Estaba seguro de que en aquella zona de guerra solo quedarían vivos esos rufianes. Seguro que ya han matado a todos los que quedabamos en Arlington, y van en busca de mas carroña que saquear y asesinar. Me escondí debajo del puente, tumbado en el fango, temiendo de que me descubrieran de un momento a otro. Pero el jaleo que producían era demasiado como para percatarse de mi presencia. Pasaron de largo de donde yo estaba, y se encaminaron hasta el otro extremo del río. Me levanté deprisa, antes de perderlos de vista. A través de la cortina de humo que emitía el tubo de escape, vi como llevaban arrastrando tras el buggy a uno de los necrófagos que quedabamos en la ciudad. El pobre infeliz iba siendo destrozado en cada bache que encontraban. De pronto una gran explosión sorprendió tanto a mí como a los saqueadores. Al menos ellos no corrieron la misma suerte que yo, pues el vehículo salía volando por los aires, desperdigando sus cuerpos quemados en el agua. Sentí alivio al ver como aquellos hijos de puta morian en aquella explosión, aunque me sentía amenazado por los responsables de aquella demostración de fuegos artificiales, ignorando completamente si eran amigos o enemigos. Sabía de sobra que cruzar el río no sería buena idea, y pensando que aquellos rufianes eran los únicos que habían atacado mi hogar, pensé en dar la vuelta por si pudiera recoger alguna de mis pertenencias. No tenía ilusiones de que quedase algo de valor, pero al menos tenía que intentarlo. No iba a durar mucho por el yermo si no disponía de comida y algo de protección.

Fín cap.3

30/11/08

Capítulo 2. Huida

Acababa de volver en sí cuando me percate de donde estaba. Había ido a parar a la orilla del río, a las afueras este de la ciudad. Al otro lado de la orilla divisaba lo que quedaba de la ciudad de Washington D.C., una imagen muy distinta de la que fué antaño. Asustado por los saqueadores, permanecí oculto detras de las rocas que componían la costa, esperando el anochecer, para así poder alejarme d allí. Mi casa ya no era un lugar seguro, eso lo sabía, pero tampoco podría esperar que aún quedara algún lugar en pie donde poder resguarecerme. Mientras permanecía oculto en aquella orilla, me llamó la atención unos seres que salían de entre las rocas. Eran como una especie de cangrejos, aunque ligeramente de mayor tamaño de los que yo recordaba. La radiación también les había afectado a ellos. Viendo ese ejemplo de la naturaleza, no me quería imaginar de lo que todo este desastre haría con otras criaturas. Por esta zona es común avistar osos negros, así que no sería de extrañar encontrarme con alguna extraña mutación en ellos. 
Cuando por fín cayó el día, me puse en pie y corri agachado por toda la orilla, deteniendome solamente para ocultarme brevemente tras una roca y observar si hubiera alguna amenaza. Finalmente llegué a un pequeño embarcadero, en el que había amarrado una pequeña lancha. Aquí el viejo Wolfgang solía amarrar su bote cuando venía de pescar del río o cuando simplemente se desplazaba hasta la capital. A él no le gustaba ir en coche hasta allí, prefería coger su bote, e ir hasta el monumento de Jefferson disfrutando del movimiento del agua sobre su pequeña embarcación. Me acerqué con sumo cuidado hasta la embarcación, hasta cual fué mi sorpresa cuando me di cuenta que uno de los saqueadores estaba durmiendo allí mismo. Estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada sobre el cuadro de mandos de la lancha, roncando ruidosamente en cada respiración. Subí a la lancha casi sin hacer ruido, para no despertarle. Ví que en su cintura colgaba un pequeño revólver, y sabía perfectamente que lo iba a necesitar. A los pies del saqueador había una pequeña tabla de madera manchada de sangre con un gran cuchillo clavado, y a su alrededor resto de lo que parecía ser un pobre ratón. No sé si fué por reflejo o por mero instinto de supervivencia, pero cuando me quise dar cuenta, había cogido el cuchillo y le había rajado la garganta a aquel infeliz, solo para robarle su pistola. Una vez eliminé a aquel tipo, limpié el cuchillo hundiendo la hoja en el agua del rio, me guarde la pistola y salí corriendo de aquél lugar, en dirección norte, buscando algun lugar donde poder esconderme.

Fín cap.2

28/11/08

Capítulo 1. Comienzo

Hace tanto tiempo de que el mundo dejó de ser lo que era...
Hará unos...no sé...120 años, vivía en un apestoso piso de Arlington, muy cerca de la ciudad de Washington DC. Al menos el alquiler era barato, y el trabajo de ayudante del bibliotecario me daba para poder pagarlo y poder comer todos los días. El sueldo no era tampoco gran cosa, aunque el escriba de la biblioteca era bueno conmigo, y solo me pedía que me limitara a hacer mi trabajo. El poco tiempo libre que me dejaba el trabajo lo utilizaba para montar mi propio terminal con piezas que recogía de los contenedores de basura. La gente de aquí pasaba de hacer ellos mismos las tareas básicas de casa, ya que podían permitirse comprarse uno de esos nuevos robots domésticos, que tanto les limpiaba la casa como recibía a los invitados.
Vivía solo, con tan solo la compañía de mi gato Yiru. Era mi única compañía, ya que apenas tenía amigos en la ciudad. De vez en cuando mis compañeras de la biblioteca me invitaban a salir de copas por los bares de la ciudad. Solíamos ir a uno que estaba casi a las afueras, cerca de la única iglesia que había por aquí. Era una vida bastante aburrida la verdad, pero era feliz tal y como estaban las cosas.
Todo permanecía igual hasta que estalló la guerra. Nos inundaban con noticias de una invasion por parte del nuevo ejercito chino, y de una posible guerra nuclear a gran escala. Al mismo tiempo, la televisión y la prensa se llenaba de publicidad de una empresa llamada VaulTEC, que no hacía mas que ofrecer refugios nucleares a la gente adinerada. El caos estalló en toda la nación, y la gente que no podía permitirse una plaza en alguno de esos refugios entró en cólera y empezaron a saquear y destrozar todo lo que encontraban. Yo permanecí encerrado en mi habitación como si de un bunker se tratase. No tenía dinero para poder entrar en aquel refugio, y temía de que algún loco me linchara a golpes nada mas poner un pie en la calle.
De pronto una luz cegadora ilumino el cielo, seguido de un gran estruendo. Una bomba había caido muy cerca de la ciudad, desintegrando todo lo que alcanzaba la gran explosión. Las personas que se encontraban en la calle en ese momento quedaron reducidas a cenizas, y solo dejaban una sombra con su silueta perfectamente marcada en el muro. Mucha gente murió por la radiación, y otras...digamos que también morimos. Mi pequeño gato si murió por la radiación, y cuando el polvo radiactivo empezó a depositarse en el suelo, salí para enterrarlo bajo lo que una vez fué un árbol, muy cerca del cementerio de la ciudad. Ahora si estaba realmente solo.
Al principio solo nos encontrabamos mal, vómitos, nos sangraban los oídos, etc. Muchos más se quedaron ciegos y terminaron suicidandose de un disparon en la cabeza o con una tostadora en la bañera. Los que la bomba no nos mató, empezamos a cambiar. Nuestra piel empezó a descamarse, dejándonos un pellejo seco y quemado. Hubo supervivientes que no soportaban su propia transformación,y empezaron a enloquecer, ocultandose bajo tierra y alimentándose de carne humana. La fortuna fué que nuestra carne no era apetecible para ellos, así que nos dejaban en paz. Yo fuí uno de los pocos que no perdió la cordura, y durante los primeros días comenzé a revisar los pocos edificios que quedaban en pie en busca de suministros. En las despensas solo quedaban alimentos en conserva y algo de comida deshidratada. La radiación había alterado el sabor, pero con el tiempo aprendí a acostumbrarme.
Pasaron 6 meses, hasta que aparecieron los primeros saqueadores. Al parecer, eran humanos que se salvaron de las bombas, pero no tuvieron sitio dentro de los refugios. Desde luego, nada mas verlos, sabía que sus intenciones no eran buenas. Los pocos que quedabamos en la ciudad fueron brutalmente asesinados, y sus cuerpos era mutilados por diversion. El olor a sangre atrajo nuevamente a los antiguos habitantes de la ciudad, que ahora se había convertido en auténticos muertos vivientes durante el tiempo que pasaron ocultos bajo tierra. Aunque no fueron rivales contra las armas de fuego de los saqueadores. Yo permanecí oculto en mi pequeña habitación, temiendo que me encontrasen, hasta que uno de ellos entró en mi edificio y me encontró:

- ¡Aquí hay un necrófago!

¿Un necrófago? Así era como nos conocian los humanos. Desde luego teníamos pinta de muerto viviente, pero para nada me alimentaba de cadáveres. Si mediar pálabra, aquel tipo comenzó a dispararme. Recibí un balazo en un brazo durante mi huida, y conseguí tumbarle con un empujón en mi carrera hasta la puerta. Salí de mi edificio y comenzer a correr sin mirar atrás. Me persiguieron, hasta que más de aquellos necrófagos enloquecidos les cortaron el paso, convencidos de que serían presa fácil, pero los pobres no contaban de que aquellos humanos contaban con armas de fuego.
Una vez conseguí salir de aquel campo de batalla, caí desfallecido al suelo, agotado por la huída y el hambre que llevaba tanto tiempo soportando.

Fín cap.1